jueves, 18 de noviembre de 2010

El alma también sangra

Es curioso, algunas personas piensan que el alma no sangra. Pocos se dan cuenta que eso que llaman lágrimas, no es otra cosa que la sangre de su espíritu.

Al fluir, el llanto viene acompañado del mismo calor que tienen las heridas abiertas y sin duda, arrastran el mismo dolor.

Las lágrimas no dejan costra, dirán. ¿Recuerdan la última vez que lloraron? Seguramente quedaron en su piel rastros de sal, amargos como la pena que provocó que lloraran en primera instancia.

El alma también sangra, no es una novedad. En éste punto, la pregunta que me hago es si acaso cicatriza también.

martes, 16 de noviembre de 2010

Simple, como té con miel

Muchas personas están convencidas de que es necesario complicar las cosas; tratan de parecer más inteligentes, talentosos, etc., no se dan cuenta que en su afán de destacar, pierden la esencia, que es lo único verdaderamente importante.

Es preferible dejar una hoja en blanco que llenarla de símbolos que carecen de sentido; es mejor no plagar de elementos un bosque, que en sí mismo, es hermoso; más vale hablar coloquialmente, en vez de usar palabras rebuscadas que juntas, no quieren decir gran cosa; ¿para qué llenar una composición de instrumentos musicales, si juntos no producen música, sino ruido?

Las personas que tienden a hacer estas cosas, no son capaces de ver la belleza en lo más simple. Ahí es donde se encuentra lo que en verdad importa: la esencia. Prefiero beber de una taza sencilla té verde endulzado con miel, que pagar una millonada por "lo mismo" con un sabor que deja mucho que desear.

viernes, 29 de octubre de 2010

En la definición está la condena

Hay quienes dicen su nombre y creen que todo está dicho. No se atreven a pensar que son algo más que una palabra para identificarlos entre los demás, en verdad esa palabra, no define lo que son; aunque muchos parecen creer que es así.

En la definición está la condena. Hay quienes dejan que su verdadera esencia se pierda porque tratan de encajar en un molde inexistente. Los estereotipos son prisiones de la verdadera personalidad.

Lo que somos va mucho más allá de nuestro nombre, edad, lo que nos gusta o lo que hacemos. Somos el conjunto de estas cosas, es cierto, pero hay mucho más. Hay que saber reconocerlo y no dejar que nos encasillen, porque una vez vuelto un paradigma, dejar de serlo se vuelve imposible.

Es triste darse cuenta que hay muchas personas en el mundo viviendo con una máscara impuesta por la sociedad, las circunstancias o ellas mismas. Después de un tiempo es imposible quitársela: toda máscara termina encarnada; es tan fuerte la adhesión que ni siquiera quien la porta logra distinguir donde termina él y comienza ésta.

No somos seres planos, lo he dicho antes y lo repito. No obstante parece que la gente a mi alrededor, no logra comprenderlo. Toda persona tiene muchas facetas, a eso me refiero. Somos muchas cosas y tratar de definirnos como una sola, es un gran error.

He visto personas en la ciudad, esforzándose por ser copias las unas de las otras. Luchan por encajar en la sociedad, creyendo que con eso alguien las aceptará o más aún, las querrá. Por eso siempre atraigo las miradas; sí, yo. La que no encaja y no pretende hacerlo.

Termino esto citando al gran Shakespeare:

What's in a name? That which we call a rose
by any other name would smell as sweet.

¿Qué hay en un nombre? Esa que llamamos rosa
con cualquier otro nombre olería igual de dulce.

domingo, 18 de julio de 2010

Vivimos alienados.

Mientras más miro alrededor, más noto que todos nos sentimos atrapados y deseamos lo que los otros tienen, sin imaginar por lo que pasan.

¿Se han detenido a mirar a las personas que los rodean? Últimamente, yo sí. La gente está ciega, no es capaz de ver más allá de sus narices y parece que, en el fondo, no lo desean. Es más fácil pensar en las cosas malas que te pasan, que pensar en lo que podrían estar viviendo los demás.

Nos sentimos atrapados y ciertamente lo estamos. Vivimos en las prisiones que nosotros mismos hemos creado; levantando paredes a nuestro alrededor para que nada pueda dañarnos. La pregunta es ¿a qué precio? Quiero decir, ¿en verdad vale la pena vivir aislados del mundo, de la gente... de la vida?

Nos detenemos a observar sólo cuando algo es fuera de lo común. Si algo no es cotidiano, volteamos. Pero eso es muy relativo. En verdad, todo aquello que nos es ajeno resulta extraño a nuestros ojos; que, sorprendidos, no pueden hacer otra cosa que apartar la vista sin que haya pasado el tiempo suficiente para que veamos la auténtica esencia de lo que ocurre.

No estoy diciendo que sea un ejemplo de cómo vivir al máximo, no. Pero a veces hago esto: me detengo aún cuando el pulso caótico del mundo no lo facilite y miro a mi alrededor, entonces me pregunto qué estoy haciendo, qué quiero hacer, qué siento... todo eso que las personas nos cuestionamos más de una vez a lo largo de nuestras vidas y que generalmente no tiene una respuesta "correcta" o "satisfactoria".

Miro mi entorno y encuentro a las personas ensimismadas, sin intención de ver más allá de los muros imaginarios que erigieron como un monumento al egoísmo. No soy una excepción, ninguno lo es. Hay temporadas de nuestras vidas en que sólo podemos ver lo que nos conscierne, nada más. Es un mecanismo de defensa que si no aprendemos a manejar, se vuelve en nuestra contra.

Vivimos alienados porque es más cómodo. Vivimos encerrados entre muros que con los años sólo van acumulando ladrillos y ganando altura. Al mirar hacia arriba un día, nos damos cuenta que estamos en el fondo de un pozo que nosotros mismos hemos fabricado y que salir de ahí resultaría casi imposible.

¿Qué hay que hacer en tal caso? No lo sé, supongo que es diferente para cada quien. En lo personal, quitaría algunos ladrillos para ver los pozos ajenos, después seguiría deshaciéndome de más ladrillos, hasta que eventualmente las paredes colapsaran.